Tres décadas y media después de su estreno (1987), esta modesta “elegía de una guerra civil” -cuya “acción no ocurrió en Belchite en marzo de 1938”- parece no obstante empeñada en levantar su enjuto tinglado escénico más allá del tiempo y del espacio. También del espacio, sí, ya que, a pesar de las coordenadas locales de su trama (España, Aragón, Belchite…), Carmela y Paulino no han cesado de echar raíces en países y ciudades tan distantes y distintas como Londres, Francia y un largo etcétera. Tal diversidad de horizontes e idiomas acabaron por revelar al autor que el tema de su humilde tragicomedia no es tanto -o no solo- nuestra Guerra Civil, cuyo cincuenta aniversario pretendía evocar en medio de una vertiginosa Transición, quizás tentada en exceso por el deseo de olvidar. Más bien fue descubriendo que “¡Ay, Carmela!” trataba del deber de los vivos para con “los muertos que no quieren borrarse”.
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